
En la medida en que los años 80 se “desembrollaban” y finalizaban así se desarticulaban las organizaciones que nacieron en esa década y de manera muy paralela, mi vida personal también empezaba a descuartizarse.
En una mañana muy “sabadesca” caminaba hacia donde Félix para contarle, como era ya ritual, los últimos acontecimientos en la capital. Más que nada, chismes y otras menudencias del ghetto feroz de la mal llamada “nueva izquierda.” Mientras me acercaba adonde nos habíamos de encontrar percibí que venía caminando con “Luisa.” Aunque le había visto muchas veces antes, reencontrarme con la muchacha que siempre traía un libro en una mano y un cigarrillo en la otra, en las circunstancias en las que yo vivía ese momento histórico, terminaría haciendo especial un encuentro al parecer fortuito.
Resulta y viene al caso que en esa misma semana yo había sido “fusilado ideológicamente” por los y las militantes que tan solo unas semanas atrás se habían hermanado en un abrazo fraterno, en un acogedor apretón de manos o en un beso fugaz. El estado anímico y mental por el que yo pasaba ese sábado fatídico era sencillamente pavoroso. No veía salida, en ese momento de mi desarrollo personal, a la crisis desatada al confirmarse, porque SOSPECHAS habían de más, que yo era homosexual y yo estaba tan aterrorizado y desmoralizado que estaba tomando psicotrópicos.
Al encontrarnos cara a cara nos saludamos y Luisa, atenta a cada detalle -como la buena narradora que terminaría siendo- intuyó en el breve instante en que nuestras miradas se cruzaron, que algo pasaba y que se asomaba una lágrima a mis ojos. Sin embargo, al abrazarme con más afecto que de costumbre me encaró: “te ves radiante.” Saboreando esa última palabra con la dicha que solo a una escritora le cabe. Yo nunca en mi vida había escuchado la palabra RADIANTE (a pesar de que estaba en el diccionario) y se me quedó plasmada en la memoria. Horas después les contaba lo acaecido en la capital y que finalmente me habían sacado el disfraz con el que pretendía esconder mi verdadera militancia, o sea el compromiso corporal y la asunción de los sentidos… Impertérrita me puso toda su atención y sentí, por primera vez en toda esa semana que finalmente alguien me entendía y me aceptaba. El largo camino de mi auto-aceptación empezó con un abrazo de Luisa y la palabra radiante.
Ahora cerca de 20 años después la memoria me da un puntapié y me aferro a la nostalgia tratando de descifrar como pudo Luisa adivinar lo que me estaba pasando y concluyo –de manera muy subjetiva- que nuestra conexión era, mas que física mental, mas que ideológica emocional. Quizás por eso mantuvimos esa relación contínua en la medida en que yo me develaba y que paralelamente nacía la otra mujer: la Mélida que tuvimos entre nosotros por los últimos años de su vida. Por que tengo la ilusión que Mélida no hubiese podido escribir los cuentos siendo Luisa; por que soy de la convicción que hacer literatura implica un desnudarse (para utilizar un viejo concepto del fúnebre Manuel Mora Serrano en los 70s.) y que para procesar ideas y sueños, inventar y fabular, recrear y palabrear, no hay mejor eje que el de reinventarse. Ella era una Cotuisana militante feroz y esposa sumisa que terminó convertida en feminista, en escritora, en hermana, en cómplice; imperfecta y controversial, a veces difícil y otras veces imposible pero más que nada amiga.
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